Desde fines de los años sesenta del siglo XX la guitarra eléctrica se considera el instrumento básico del rock. Su sonido revolucionó parámetros y estableció un universo de comunicación visual y auditivo que se mantiene vigente. Su desarrollo ha estado determinado por músicos de gran reconocimiento popular, pero también por estrategas de alto relieve creativo que no cuentan con idéntico respaldo publicitario, más allá de cierta crítica especializada. El nombre de Adrian Belew quizás no le suene a quienes creen que todo el rock se reduce a los extremos: estadios abarrotados y ventas millonarias, o una imprecisa filosofía de lo subterráneo. Habría que aclarar que, desde Jimi Hendrix, no abundan guitarristas que hayan explotado el instrumento de la manera en que lo ha hecho este oriundo de Kentucky (diciembre de 1949). Hablo de un creador con más de 25 años de trayectoria artística, que sorprende por su capacidad para enrolarse en proyectos de apariencias diferentes. No hace distinciones a priori entre los tipos de músicas, sino que establece vasos comunicantes entre el pop comercial y el rock experimental, entre la acústica y la electrónica, entre el empleo normado de la guitarra y su reverso.
Su primer trabajo de relevancia lo hizo formando parte de la banda de Frank Zappa para el álbum Sheik yerbouti (1979), y acto seguido fue convocado, en rápida sucesión, por David Bowie y Talking Heads: lo más parecido a una entrada por la puerta ancha en los ámbitos musicales de ese período. Si Zappa lo acercó al minucioso rigor interpretativo, con el cantante inglés conoció los secretos de un pop que ensayaba fórmulas de reanimación, mientras la tropa de David Byrne enriqueció su lado lúdico y visceral. De todos modos, el gran salto vino en 1982 al integrar King Crimson, colectivo con el que ha permanecido en sus múltiples reformaciones desde entonces.
Sin desmeritar sus aportes a otros contextos, la labor de Belew en King Crimson reviste singular importancia. Suyo es ese refrescante toque melódico que contrasta con las opresivas atmósferas instrumentales de la banda, a la vez que inyecta dosis de humor en una música que parece regodearse en la claustrofobia. Con el líder Robert Fripp comparte las guitarras, y marca un estilo desarrollado hasta sus más radicales consecuencias en una discografía en constante regeneración. Se trata de guitarristas con personalidades diferentes, donde a Belew le toca subrayar, tal vez, el carácter menos férreo de la música. Tapices sonoros diseñados sobre patrones repetitivos, figuras melódicas complejas y una exhuberancia armónica, que aún reserva espacios para las intervenciones individuales, representan las claves principales en este binomio que se complementa a la perfección. Cada una de las permutaciones del colectivo (incluyendo los temporales ProjeKcts) ha derivado hacia terrenos nuevos, incentivando una búsqueda que toma la complejidad (musical, estética) por bandera. King Crimson es la plataforma donde Belew pone a punto algunas de sus ideas, sobre todo aquellas que exigen interpretar música con crecientes niveles de dificultad. Alternar con instrumentistas como Bill Bruford, Tony Levin, Pat Mastelotto y Trey Gunn le permite medirse en situaciones extremas, en las que, no obstante, sobresale ese rasgo melódico en piezas (“One time”, “Matte Kudasai”) donde su mano se torna notable.
Como autor de canciones tiene una deuda enorme con el mejor pop de los sesenta y en particular con los Beatles. “Walking on air”, “Everything” y “Big blue sun” muestran la decidida influencia que el cuarteto de Liverpool ha ejercido en su obra. Afirma que aprendió tomando como punto de partida ese legado en casi todos los aspectos de la creación musical, desde el proceso de composición hasta la manera de producir los discos. Como nota curiosa hay que apuntar que en su discografía personal aparecen versiones a temas de Beatles, además de estrenar en un concierto de King Crimson la pieza “Free as a bird” justo el día antes de que la famosa Antología de los Beatles saliera al mercado, usando como referente la versión original de Lennon cantando al piano, sin el texto añadido posteriormente por McCartney.
Si tuviera que señalar sus principales atributos como creador, citaría sus combinaciones de humor y rigor, la facilidad para abordar los materiales más extremos, la permanente búsqueda instrumental, su interés por involucrarse en aventuras de apariencia imposible como incentivo para la imaginación, su voz tan peculiar, y ese rejuego textual que conduce del sinsentido zoofílico presente en “Elephant talk”, a su tributo a las víctimas del 11 de septiembre en la canción “Asleep”, la crítica social de “The war in the Gulf between us”, o cuestionamientos de índole personal en “Dinosaur”. Su guitarra es frenética, apasionada, mutante, indisciplinada, sorpresiva, provocadora y dulce: todo a la vez. Le modifica la afinación, emplea distorsionadores, la conjuga con loops, la procesa con múltiples recursos, y también la utiliza en plan acústico, en esa desnudez que es sinónimo de belleza. Le extrae sonidos inauditos, evocadores de la naturaleza, sin renunciar a una vertiente “industrial”, inquietante y metálica (no precisamente Heavy). Conjuga esta fascinación con la curiosidad hacia otros instrumentos como el cello, el piano, los sintetizadores, la mandolina y el bajo eléctrico, aunque quizás sea la batería la que le ha permitido desdoblarse y sacar a flote su más temprana vocación. Haciendo duelos con Bruford, o como soporte rítmico en el ProjeKct Two, transmite una energía basada en ritmos macizos de acentos alocados, frenesí percutivo para improvisaciones de fuerte raíz rock.
Bajo su nombre ha publicado casi una veintena de discos, comenzando con Lone rhino (1982). Entre los más recomendables, aunque muy diferentes unos de otros en la mayoría de las ocasiones, mencionaría a Twang bar king (1983), Mr. Music Head (1989), el imprescindible Inner revolution (1992), Op zop too wah (que en 1996 marcó un primer esfuerzo de responsabilidad totalmente individual), The acoustic Adrian Belew (1993) y su continuación Belewprints (1998), y Side One (2005), a trío con el bajista Les Claypool (Primus) y el baterista Danny Carey (Tool). Sin embargo, una obra como Guitar as orchestra (1995) merece una explicación adicional. Grabada en su estudio casero, nos enfrenta a la pasmosa reproducción, desde la guitarra (como su título lo indica) de la sonoridad propia de una orquesta sinfónica, para un resultado que remite a partituras de la llamada “música contemporánea”. Hay piezas surgidas a partir de improvisaciones, otras llevaron modificaciones posteriores: todas destacan las posibilidades del sistema MIDI, mediante el cual escuchamos sonidos de cuerdas, maderas, metales, piano y hasta percusiones, interpretados con una guitarra eléctrica a través de la tecnología digital.
Con un amplio currículo como instrumentista y productor, se le asocia de preferencia con el rock progresivo y las músicas experimentales, pero participa también en sesiones para figuras alejadas de tales códigos como Cyndi Lauper, Tori Amos y Mariah Carey. Su nombre aparece en los créditos de discos de Joe Cocker, Jars Of Clay, Santa Sabina, Herbie Hancock, Jean Michel Jarre, Nine Inch Nails, Caifanes, Mike Oldfield, Paul Simon, Porcupine Tree y Laurie Anderson. Participa además en homenajes discográficos a Beatles, Badfingers, Hank Marvin y Nilsson, al tiempo que reconoce tener habilidad para producir materiales diferentes, y sentirse seguro por igual en las densas atmósferas crimsonianas y en las tonadas accesibles, en experimentos donde prima lo abstracto y en tendencias como el jungle, el rock sicodélico y el pop electrónico. Su aproximación a los sonidos reviste una actitud casi cinematográfica (grabó en la banda sonora de Gremlins junto a Peter Gabriel) y ha manifestado su deseo de trabajar algún día con realizadores como Quentin Tarantino y Tim Burton.
La música para Adrian Belew es una equilibrada proporción de esfuerzo y diversión, disciplina y ese algo que se llama “hacer las cosas por amor al arte”, pues su vocación tiende a conducirlo por derroteros nada remunerables. Le gusta forzar situaciones hasta alcanzar cierto límite, tras lo cual cambia de dirección: la música lo guía, y rara vez se extravía en atajos sin salida. Mantiene una extraña relación con la tecnología, usándola con profusión, pero apartándose de ella a cada rato. Del proceso creativo le interesa la inmediatez. No se estanca en un método, y su recurso central es probar todo lo que pasa por su cabeza. Vive y respira por y para la música. Como solista, en King Crimson, o en sus constantes colaboraciones paralelas, Belew hace lo que se espera de un creador comprometido: poner lo mejor de su credo y su talento, cual antídoto de supervivencia en tiempos inciertos para las músicas populares.
Los discos:
The Acoustic (1995)